LA ÉTICA TAMBIÉN IMPORTA

En este siglo, los mercados cambian más deprisa que nunca, son globales, el cliente final puede comprar en cualquier país, se asesora en foros, utiliza comparadores de marcas, cuenta con valoraciones de otros consumidores… La red lo ha cambiado todo: la forma de consumir y de entender el propio consumo.
Los planes de marketing actuales se enfrentan a individuos bombardeados de publicidad, saturados de impactos que a duras penas pueden recordar los más significativos. Se calcula que cada persona llega a recibir en un solo día 3.000 mensajes por diferentes canales, por ello para transmitir el nuestro no podemos descuidar ningún soporte online o offline que pueda llegar al público objetivo de cada producto o servicio.
Ante este difícil panorama, internet y sus plataformas suponen un escaparate privilegiado para llegar hasta el consumidor desde todos los puntos de este universo ilimitado que cada día está más presente. Lo bueno y lo malo del mundo virtual es que el alcance de nuestras acciones no tiene fronteras y, pero ojo, los consumidores potenciales también tienen visibilidad, voz y voto y empiezan a exigir condiciones que antes ni se planteaban.
Ahora, estamos obligados a comunicar qué vendemos, dónde lo vendemos, cómo lo vendemos y dónde lo fabricamos. También las necesidades que satisfacemos o la huella que dejamos en el planeta. El cliente actual lo quiere saber todo de sus marcas y está en su derecho, así que además de buenas estrategias comunicacionales es necesaria la coherencia en las etapas previas de producción y formas de comercialización. Aunque el precio es uno de los argumentos decisivos para incentivar la compra, una buena parte del mercado empieza a demandar también ética en el proceso, respeto al capital humano y mínimo impacto en el medioambiente.