PRISIONEROS DEL TIEMPO

La buena administración del tiempo multiplica la eficacia de cualquier profesional. Para entender cuál es el modo correcto de gestionarlo y descubrir dónde se encuentran los agujeros por los que se cuelan los minutos no tenemos más que echar una ojeada al carácter del propio individuo y a la forma en la que construye sus relaciones con el entorno.
Frases del tipo “No sé decir que no”, “Me preocupa ofender a las personas que me interrumpen”, “Considero de mala educación no contestar a los mensajes profesionales y personales tan pronto como los recibo”, “Nunca tengo tiempo de actualizar mi agenda ni de planificar las tareas del día siguiente…” son propias de personas que también tienen objetivos y desean conseguirlos, que dedican más horas de las necesarias a cumplir con las obligaciones diarias y a alcanzar sus metas, pero que nunca logran acabar a tiempo sus tareas ni están orgullosos de los resultados. Sin embargo, admiran profundamente a los que son capaces de organizar la jornada, atenerse a los plazos y ofrecer una imagen profesional infalible a los ojos de su equipo.
Lo cierto es que la mayoría no nacen siendo líderes. Algunos de esos modelos de perfección fueron alguna vez individuos angustiados, que desarrollaban sus cometidos bajo presión y sin el rigor necesario, pero que un buen día tomaron conciencia del problema, decidieron eliminar los malos hábitos y dominar el arte de organizar el tiempo.
Fue en ese momento cuando consiguieron hacer brillar sus cualidades y convertirse en referentes de eficacia en un entorno laboral y personal por el que hasta entonces habían transitado a trancas y a barrancas y sin dejar tras de sí ninguna hazaña digna de ser emulada.