CONTRA LA SOBREINFORMACIÓN, INTUICIÓN

En un mundo colapsado de consignas, luces, signos y sonidos, que intentan comunicar cientos de miles de mensajes, el receptor desarrolla filtros cada vez más eficaces para protegerse de esta avalancha de estímulos que amenazan su equilibrio.
Es la era de la sobreinformación y cualquier objeto es susceptible de transmitirla con mayor o menor fortuna. Pantallas gigantes en edificios, audios de megafonía, medios de comunicación de masas, correos físicos y online… todos, absolutamente todos los objetos y servicios intentan captar el interés de un receptor cada vez más disperso y permanecer en su memoria sobrecargada durante el mayor tiempo posible.
Incluso en nuestro hogar, la entrada de la tecnología de alto nivel nos obliga a entender para qué sirve cada tecla, la forma de sacar el máximo rendimiento de cualquier artilugio o su capacidad para interconectarse con otros sistemas y multiplicar sus, ya de por sí, sofisticadísimas prestaciones.
Una de las consecuencias directas de esta infoxicación es un deseo de volver a lo básico, retroceder al terreno conocido o seleccionar solo aquellos productos y soportes que nos permitan disfrutar de lo último sin ponernos las cosas demasiado difíciles.
A estas alturas, ya nadie quiere comprar un aparato que necesite un libro de instrucciones de 100 páginas o que para programarlo nos obligue a realizar una docena de operaciones absurdas e indescifrables, aunque algunos fabricantes todavía no hayan registrado esta demanda de mercado entre sus prioridades inmediatas.
Por el contrario, las marcas que lo han entendido así se desmarcan del resto ofreciendo la tecnología más novedosa dotada, además, de la capacidad de comunicarse con el usuario de una forma sencilla e intuitiva, sin complicados manuales que ocupan espacio físico y mental.
Este logro clave no sólo les permite fijar precios superiores a otros productos similares, sino también fidelizar a un porcentaje importante de sus consumidores para sucesivas compras de reposición.